domingo, 30 de marzo de 2008

CANCIONCITA A UNA BASTARDA

Cancioncita a una Bastarda


Cuando la noche tenga que vivir de una lámpara
No llames
Habrá perfumes por doquier, olerá a gato depilado
A vieja lacaya de palomas déspotas

No seremos poesía,
Pero somos la porquería más bella que engendró esta noche bastarda
No habrá sitiales en el monte de los olivos para los farsantes
¿No cierto, Jesús?

La histeria se come feliz al amor reposado de las catedrales
No hay suficiente luz
La luna ya mata
Las coronas caen del cielo que por hoy no las quiere
abundan noticias sobre un triste final


se acerca


les temo



pero de nuevo un grito del puro deseo me habla
y sonrío quedamente
dientes chillando llaman a la lumbre
fuego, luz, luna no se vayan
(Taxi, por qué no llegas)


Otra vez la luna rueda entre piernas de mujeres feas
Todo es así como de mentira, como de sal
El respiro de dulce mariposa coja de nuevo acongoja
Y un fuego de palabras se vuelve cierta vida


Ojos epilépticos me estorban
La obligación de beber aquel veneno nos tiene hartos
Nos tiene escondidos en cráteres de nieve, como cañones oxidados
Mientras nuestros demonios, alrededor, silban muchos silencios



Destrípame si es necesario
Corramos desnudos siguiendo a la luna como perritos
Ya no importa que huela a vida
La resignación llega tarde
pero,
como monja frígida es fiel
como bálsamo es eficiente.
como solución es alusión ilusoria.


El cementerio es un bonito jardín
Comamos de sus flores,
los boleros no se han gastado demasiado
aun quedan copas rotas,
Y un aliento muerto que me da placer
Que eleva mi gloria hasta alturas impensables y me da un descanso
Cósmico borrachero y tenaz.

Será el cielo en muchos aspectos,
En todos es el infierno.

viernes, 28 de marzo de 2008

Victimaria.

Bueno. Mi estilo cambia como el mar. y con el clima. Debe pasarles a todos.
Me han dicho que estoy muy críptica?
Veamos que dicen mis amigos literatos...



Victimaria.

.Mentí.
El rostro inacabado,
trizado en el aliento,
dio la otra.
Los hombros blandos cargaron tu certeza,
tus esfinges.
Asustada mocosa acusada,
parida con el pene alevoso
de las cucarachas que engendraste.

.Me estremezco.

Acorralados ojos grandes, inéditos,
pobre pobre,
bajo la suela de tu nombre.

Sentí el golpe.
Y sangraron mis encías.
Siete días, todo el mundo sangró.
Hasta por tus ojos mis encías.

Lo sentí macabro, y dije no.
Hoy no.
Ya no.
Y agarro tus cabellos repugnantes,
con la fuerza crispada acumulada de la historia.
Y obligo.
Mírame a la cara,
porque en la cara de famoso desdichado te lo traigo.
En tus cuatro pupilas.
Las dos,
que la parafernalia mentirosa de tu drama arrancó.
Las otras dos que miran encantadas
solazadas de perfidia
adorando la obra magna
que despojó.

Y te lo traigo
cargado de equivocadas conciencias acalladas.
De rumores la culpa,
errada.

Es el escupitajo del mundo,
la arcada más certera,
que pueda dibujar el asco.

Es el escupo del mundo,
vomitado de nostalgias y tu desgracia,
tuya.
Tiene los dejos
de la sangre que corrompiste.
Tiene la esperma húmeda
que quedó de tu agresión.


Te escupo el rostro de imposibles llantos,
vacío de todo
quieto en la mueca
el espanto.

Y te desgarro todo, perverso inconcluso
humillo tu alma aterrada de espejos.
Y si escondes la otra, la arranco con uñas.
Pues ha llegado el destroce.
Tú, me quebraste un padre.
Y con la carcajada obscena de ti asimilada,
me cago, en lo que queda de tu imagen.

Ahora, ahora me toca a mí, Edipo victimario.

In-Corpóreo



In-Corpóreo.

El que arranque lo de niña,
La mujer, que revuelque la osadía.
De qué huyen, manos ásperas,
sutiles de torpeza,

¡que desborden el pálpito anhelante!

Y que no choquen mis rodillas,
¡que ría el lecho querría, que ría por Dios,
que ría!

Escultor incorpóreo,
de mí,
Etéreo de absolutos,
abrumante impasible,
íntimo.

Tu paso de polvo aniquila,
el susurro rasguña-cribilla.

¡La inhibición no te esculpe! No tallo,
no hay flor.
Y mis piernas-entre-mezclan
el fondo blando de mi anhelo.

¡Arráncame lo de niña!

De una buena vez arranca,
estruja, estrangula.

Que quiero ser felina madre,
sigilosa protectora.
Que quiero quebrar tus dedos
y volvértelos a sanar.

¡Ven y salva el desconsuelo!
los pliegues, el murmullo
moribundo desgarrado.
El eco de lo dormido,
dormido debajo del rastro.

¡Salva el gemido mutilado de tu ausencia!

Dónde están las manos tristes del
rozar desaforado,
que sólo mis ojos alegren,
dónde están, ¡que no se quiebren!,
se vuelen,
no reconozca.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Hitler y la Teoría de los Testículos

Bueno, como que me dieron ganas de subir algo al blog. Así que lo hago. Lol.
En fin, como que subo un fragmento de una cosa más larga que estoy escribiendo, que al final no sé si va a ser un drama, o una novelita, o que weá.
Lo sé: soy tellible de artistoide por haber dicho eso. Pero cosas de la vida.
Bueno, aquí va. Espero que no sea muy largo para el formato blog. Chau.

"Hitler y la Teoría de los Testículos"

-Ven acá, Orlando. Seguramente tu padre te contó que aquel Hitler del que hablaban tanto en aquella época era una persona maligna, ¿no es cierto? –asentí con la cabeza- Me lo suponía. Pero... ¿te explicó por qué era una tan malvado y retorcido?
-No –dije yo.
Mi abuelo esbozó una sonrisa.
-Acércate –dijo-, te lo explicaré.


ABUELO: Muchos científicos de hoy en día creen que lo saben todo. Que todo puede resolverse con su famosa ciencia. ¡De que el mundo, prácticamente, les pertenece! Pues bien, mi querido Orlando, seguramente oirás muchas teorías disparatadas de porqué Hitler hizo esto y aquello: mala crianza, experiencias traumáticas en la Primera Guerra Mundial, la situación catastrófica en la que se encontraba su país, y un largo etc. Pues bien, la razón de porqué Hitler es tan malvado es mucho más simple de lo que todos creen. Hitler, hijo mío, tenía un solo testículo.
Así es. Un solo testículo. Es algo que pocos saben ya. ¡Sólo los viejos fósiles conocen aquellos secretos de la guerra! Cosas que no salen en los periódicos, pero que se transmiten de boca en boca. Conocimiento no oficial, pero que vale más que toneladas de oro. ¡Es el conocimiento de los ancianos! Cosas que no escribiremos y que morirán una vez que nosotros muramos.
Pero en fin. Seguramente te estarás preguntando cómo es que Hitler tuviera un solo testículo le hiciera tan completamente maligno. Escucha bien, hijo mío. Lo que estoy apunto de contarte es sabiduría ancestral que ha sido transmitida de generación en generación:
La mujer siempre ha sido un misterio para nosotros, el hombre. No sabemos cómo funciona. Cuando crezcas, probablemente muchas veces te lleves las cabezas a las manos, exclames “¡mujeres!” y te quejes que no las entiendes. No te aflijas. Nadie, nadie las entiende. Y el que dice que lo hace, pues bien, está mintiendo–el abuelo empezó a hacer gestos con sus manos, alzando los brazos al aire-. ¡Son una maraña de sentimientos, pensamientos, emociones, sensibilidad, contradicciones...! ¡Lo son todo y nada al mismo tiempo!
Pues bien. Al contrario, nosotros, los hombres, largo tiempo ya que hemos descubierto nuestra forma de funcionar. ¿Ves para donde estoy yendo? ¿No? Pues seré más específico –se acercó a mí y bajó la voz, como si estuviera confiándome un secreto-. ¡Hemos descubierto físicamente donde se concentran todas nuestras cualidades positivas y negativas!
-Así es. Todas nuestras virtudes y defectos están concentrados en partes físicas de nuestro cuerpo. ¿A que no adivinas dónde? –hizo una pausa-. Pues bien, en los testículos, mi pequeño Orlando. Toda nuestra espiritualidad está encerrada en nuestras bolas. ¡Todo aquello que parecieras sentir en tu pecho (tristeza, alegría, euforia, nostalgia...) son emociones que en verdad provienen directamente de tus testículos! Después de todo (je), es ahí donde nace la vida.
-Déjame explicarte más sobre esta “Teoría de los Testículos”. Como dije antes, tienes toda tu espiritualidad en ellos. Ello significa que tu alma, tu propia alma, está encerrada en aquellas famosas bolas. Tu alma, llena de tus matices propios, de tus talentos únicos, así como tus vicios más inmundos, está ahí abajo. El ying y el yang, hijo mío. El bien y el mal. La virtud y el defecto.
Ahora bien, cada testículo representa, por defecto, un polo de tu ser. La parte oscura de tu persona en un testículo y la parte luminosa en otra. Podríamos decir, redondeando, que uno de tus testículos contiene toda la maldad en ti y el otro todas tus virtudes.
Ya sé que lo piensas, Orlandito. Seguramente te estás preguntando: “pues bien, abuelo, si una de mis bolas contiene toda la malignicidad que llevo adentro, ¿por qué no me lo corto? ¿No sería de esta forma un hombre mejor? ¿De hecho, abuelo, no sería el mejor hombre que pudiese aspirar a ser? ¿Y por qué no todos los hombres hacen lo mismo? ¿Cortarse el testículo maligno? ¿Vivir sólo con uno, con el bondadoso, el virtuoso, el luminoso, y hacer el sueño de una sociedad perfecta con gente más bondadosa, amable y grandiosa más cercano? ¿Por qué no todos los hombres nos extirpamos el testículo maligno, y vivimos en paz y en armonía con nuestro testículo restante?
Pues hay un gran problema, mi pequeño. ¡No sabemos cuál testículo contiene el polo malvado! Varía en todo los hombres, nunca es igual para todos. Podrías estar cometiendo el error de tu vida cortándote un testículo, hijo mío. Sí, de acuerdo; podrías convertirte en un nuevo Gandhi, en un nuevo Martín Luther King, o incluso Jesús (¡quién sabe!) si te extirpases el testículo maligno. ¡Pero cuidado, hijo mío, si llegaras a cortarte el testículo bondadoso! ¡A saber en qué te convertirías! ¡Toda la bondad se iría para siempre de ti! ¡Te convertirías en un monstruo! ¡En un asesino! ¡En una bestia sedienta de sangre, una criatura mentirosa, tramposa, vil, inmunda, sucia, cruel, despiadada...! Nunca lo hagas, nieto. ¿Me oyes? Hay un 50% de que te transformes en algo que no te quiero ver convertido. Y eso es una probabilidad muy alta.
Ahora bien. Volvamos a Hitler. Oh, este Hitler. Era un joven alemán como todo el resto de los otros. Un buen día lo llamaron a la guerra, le pasaron un fusil y lo tiraron al frente. Lo hirieron. Regresó a su casa. Pero el pequeño y adorable Hitler que había abandonado el hogar lo había hecho para siempre. El joven alemán que regresó era el Anticristo personificado. El ser más terrible que uno jamás se pudiese imaginar. Malvado hasta la último podrido átomo de su cuerpo. ¿Y sabes por qué?
El abuelo me miró fijamente. En sus ojos había la fuerza de un hoyo negro.
-¡Porque Hitler perdió uno de sus testículos en la guerra! Así es. Hitler, armado de sólo un fusil, corrió a territorio enemigo (más específicamente, francés) aullando gritos de guerra y predicando la muerte a todo aquel que se le cruzara en frente. Y un joven francés, que le vio venir entre todo aquel humo y griterío, quiso darle una lección al arrogante joven alemán que se acercaba a su trinchera y pretendía salir intacto. Si aquel joven francés hubiera tenido mejor puntería, mi nieto, quizá nunca hubiera habido una Segunda Guerra Mundial. Pero (lamentablemente) ese no fue el caso. El joven francés del cual te estoy hablando sólo tenía 17 años, había sido enrolado a la fuerza y sólo había tenido una semana de entrenamiento. Pues bien, cuando vio al joven Hitler correr a su trinchera, supo que el momento de actuar había llegado: cargó su rifle, apuntó a la cabeza, apretó los dientes, cerró los ojos y apretó el gatillo.
Cuando los abrió, vio a lo lejos al joven Hitler en el suelo. Vive la France!, pensó el joven francés. Je l’ai tué. Y luego miró a otro lado, buscando a otro enemigo en el cual usar su recién estrenado rifle.
Distinta hubiera sido la historia si se hubiese fijado en el joven Hitler unos segundos más. Porque (como todos sabemos) el joven Hitler no estaba muerto. El joven francés, cuando cerró los ojos, desvió su rifle hacia abajo y el disparo vino a darle a uno de los testículos del futuro Führer. Hitler estaba en el suelo, gimiendo de dolor, agarrándose la entrepierna y descubriendo en esos instantes que uno de sus testículos había reventado. Y fue en ese momento, Orlandito (¡en ese momento!) en que todo el resto de humanidad que quedaba en Hitler se perdió para siempre. Las virtudes que habitaban en él fueron inmediatamente devoradas por sentimientos malignos; su corazón se llenó de odio a los judíos y su cerebro se contaminó de ansias belicosas. Hitler, finalmente, se había transformado en lo que conocemos hoy: ¡en el ser más malvado de la Tierra!

Silencio. El abuelo me mira fijamente.
Papá se acerca.


PAPÁ: Bueno, ¿y de qué hablan tanto, ustedes dos? (Me mira. Mira al abuelo. Pausa larga). Oh, mierda. Le contaste la Teoría de los Testículos.

ABUELO: ¡Pues ya estaba en edad para conocerla!

PAPÁ: (a mí) Escúchame bien. Olvida todo lo que acaba de decir el abuelo. No son nada más que una sarta de estupideces.

ABUELO: ¡Estupideces tu abuela, que en paz descanse! ¡La Teoría de los Testículos es conocimiento popular! ¡Un secreto pasado de generación en generación!

PAPÁ: Oh, cállate papá. ¿Sabes cuánto tiempo creí que tu teoría era realmente verdad? ¿Sabes cuánta vergüenza he pasado en mi vida gracias a tus famosas enseñanzas? No hay ningún testículo que contenga el Bien ni otro que contenga el Mal. Son solo eso, papá: testículos.

ABUELO: (suspira) A ti no te pude enseñar, por lo que veo. Tal vez tu hijo comprenda mi sabiduría.

PAPÁ: Lo dudo. (a mí) Vete a jugar con mamá. Tengo que tener algunas palabras con tu abuelo. (Me quedo quieto. Papá frunce el entrecejo). Ahora.

Obedezco.

sábado, 15 de marzo de 2008

VACILACION NOCTURNA

Otro poemita para ustedes.

VACILACIÓN NOCTURNA

De la taza al vino cuando decidimos por la humanidad
Que avanza, siempre abraza
Lo efímero a los labios.

Los cristales exhalan una hemorragia de muerte.

El polvo sonámbulo cayó,
Levitó sobre mi cabeza borracha
Como suave brisa, en finas gotas de lluvia.

El vino fue la selva, y los gritos.
Los míos y los de lo invisible.
Los tambores en persecución.
La paranoia.

La travesía se pegó a mi cuerpo, justo ese día,
Cuando una cola de sirena embrutecida me seguía los pasos
Y el horizonte, verde en sus mañanas,
Cambiaba ángeles por serpientes
Y risas por sapos.

Algo arde y sangra
Pero en los cielos no se incrusta la carne,
no pululan los misioneros ni los cócteles de tibios bálsamos.

A los alrededores, sé que hay altares.
Los oigo en mis sueños, como se ríen mientras roban a sus padres.
Aquí no hay nadie,
Hay nadie en los arcoíris:
Los espejos son amplios.

La selva se duerme sobre mis brazos
Y yo me muero,
Me muero en su sueño carmesí.

¿Acaso eres tú?

Una cascada de sal me baña los labios
Y el vino me regala huracanes, olas arrepentidas.

Una mueca siniestra me señala abismos.
El reflejo del eco de tu voz.
El reflejo,
El reflejo…

.Espontaneidadespuras.

Esto no sé que es. Espontaneidadespuras. Sin manoseotanto, drogas simplemente deldiariovivir que se entrometen en mi pensamiento y me superan y los tiro y los escupo pero bueno, si vamos a hacer un blog habrá que publicar.Loque vengay comovenga y si no viene hay queobligar y les pro-pongo que mandemos más, nada de estancamientos mal olientes. Que se suelten lospinceles que hay muchoque retratar y somos voces en un sinfin de bullaestridente.

Al-ataque.dela Sin-seriedad.



No puedeser...

Por qué apareces, si te enterré tresveces,

ochoflores

seiscanciones

gatomudo

que día fome,

.blando.

cervezas y pasto

cemento y baba

pato pedófilo

lenguasecas

lagunaérea

Pero apareces.



Y tengo cinco manos que se angustian

me tocan el rostro parpadeante sin ojos y sin ventanas

.No puede ser.



ESCAPAR-TE



.como una inevitable extranjera de todo lo que no seas tú.



Pero, es la droga me digo.

Es la droga.

Nada que no quite una buena dosis de sobriedad.



Algo me molesta.

Me molestas TÚ hijo de puta eterno, lejano.

¿Debo decir que te extraño?

No no.No.

Es la droga.



Recordar...Extrañar... ¿te?

No no. No.

Saca eso, sácalo, esuna orden.

No es lo mismo.

No puede ser...

CHILE O ARGENTINA

¿Quién es el "trasandino"?

martes, 11 de marzo de 2008

Jazz o el bar Saxolein

EL BAR SAXOLEIN O JAZZ.


Este cuento debe ser como el jazz. Debe ser seguro, sensual y sugestivo. Debe ser como el jazz y por lo tanto debe ser una noche borrachera. Debe, además, ser una noche perdida en el recuerdo de la rutina. Debe poder tomarse y exhalar en forma de humo blanco y bohemio.
Una mujer estaba en la barra. Al otro lado había un curadito tambaleándose mientras sujetaba sus pantalones desabrochados y un saxo imitaba su vaivén. Las meseras se empiezan a excitar con la propina y las proposiciones de clientes jocosos, buenos pa la talla. Entonces empieza el baile. A night in Tunisia… Mueven sus cinturas como gatitos de tejado. La mujer de la barra se pinta los labios sin espejo con una admirable femenina habilidad. El saxo baila también, y todos lo siguen. El piano no baila, más bien charla seductor, como no pocos de los asistentes. Todas tienen su pareja. La canción que continúa con la velada no es para bailarla, sino para sonreír y coquetear, enarbolando banderas de propiedad, mientras el escenario se ocupa de nuevo de llenar, con jazz, los espacios. La mujer de la barra, que no es como todas, espera nada y otra cancioncita que le traiga recuerdos de algo que nunca ha vivido. Memorias de esa puta serán memorias de una vida sin vivir, anhelante y paciente, por eso la espera. El platillo
inagotable, calmo y sutil, le ha mareado un poco.
- Otro coñac, por favor.
El hombre de la barra se apiada de esa tristeza humana y le sirve otro generoso coñac, para que olvide lo que recuerda que nunca ha vivido. Es un cuadro este el del jazz. Ahí de nuevo ataca el saxo y una trompeta coqueta que quiere, como sea, hacer mover fláccidas piernas, brazos abultados como hamacas…
Las puertas… se balancean y un hombre de treinta con un largísimo abrigo entra con una canción de esas para fumar. Charly Parker me prestará unos acordes para hacer resonar esta historia. El hombre se sienta junto a la solitaria mujer de la barra y el saxo sigue sus movimientos o él los del saxo, no se sabe bien, pero no importa porque todo se confunde y se espesa con la alegría de la casi divina borrachez.

Nada más tomar un poquito de aquí y de allá, y listo. Tomo diez devuelvo cinco. Luego guardo luca. ¿Ves? Mil pesos chiquilla, ¿qué cosas te han enseñado a ti? ¡Mil pesos, por Dios! Así, y te lo metes ahí, y después lo sacas por acá, cuando se de vuelta, cuando haga cualquier cosa, si hasta tú misma le puedes decir que se tape los ojos. Si hay alguien que se quiere pasar de vivo, ahí no más, ya lo tienes agarrado de los cocos. . Noo, niña, ¡qué loca! No hay que armar tanta alharaca, si aquí los caballeros son puros viejitos, o tontos sin vida. Además aquí todas roban yo creo que hasta los clientes lo saben, pero se hacen los lesos, con tal de matar el hambre, jaja. No, tampoco vas a encontrar al hombre de tu vida, ¡Qué pava! Se nota que no tiene idea. Eso sí te digo, hay unos que son grito y plata si se rayan con una. Forraos en plata los pobres brutos. Si, mi cartera, la roja. Esa es de uno cariñoso. Pero el pobre no podía hacer feliz a nadie. ¿Sabes a lo qué me refiero? ¡Nada!, mujer, ni cosquillas. Bueno ahí te vas a dar cuenta tú sola. ¿Yo? Nada, linda, pura hipocresía. Como siempre no más. Si aquí más que puta eres actriz. Y no porno. Nooo actriz de esas buenas, de esas que sí saben mentir, de esas que no necesitan cara bonita pa hacer llorar, de esas que son pura carne, pura entraña. ¿Cómo te explico? ¿Tienes miedo? Está temblando, chiquita. Bueno… pero a mí me la largas no más, si yo estoy aquí para cuidarte, angelito. A ver… ven. Aquí. ¿Viste? Se pasa un poco ¿o no? Si de a poco una se acostumbra. Yo soy de las que todos quieren. Eso si, no me ablando fácil. Hay unas que hacen de todo; yo: casi todo. Si pues, si el respeto tiene que partir de una. Aquí los caballeros se creen que porque tienen mucha plata puede venir hacer lo que su antojo mande. Usted mi niña, ¡ojo! Mucho ojo. ¿Eh? Ayer me quedé pensando harto si… no le cuentes a nadie…

El jazz se colaba. Ella hubiese preferido un réquiem, un vals por último, porque, en aquella época, odiaba el jazz y su majadera sensualidad, a la que ella estaba condenada a estar privada.
- Eh. ¡Tú! ¡Cabrona!

Me llegó directo, así como una bolita de papel empujada por una cerbatana. Tenía un vecino que me molestaba con esas cosas todos los días cuando llegaba del trabajo. Me gritaba cosas terribles, no sé como un tipo como ese se enteró de mi profesión, mi niña. Me tinca que era virgen. En serio, no te rías. Pesada. Como te quiero linda, si una de las dos fuera hombre ya nos habríamos devorado ¿no cierto? No tengo moral, chiquita, así que no me hagas caso. Ahora te cuento. Mi departamento es súper pituco. Grande, como una mansión, o como yo me imagino las mansiones. Y yo pienso que mi departamento es lo mismo que una mansión, por lo grande, y porque, aunque no está en un cerro, está arriba, o sea como alto. Se entiende. Era un departamento del quinto piso.

- Tóquese una de celo, maestro.
- ¿Cómo es eso, cabroncita?
- De esas que ponen el cuerpo caliente, ¿no ve?- dijo agitando los hombros y mordiéndose el labio inferior, con los dientes superiores.
- Con candela- gritó una a la que no le gustaba el jazz
- Son buenas esas. Jajaja. Pero no me sé ninguna- contestó con toda honestidad el maestro.
- Ni diga, hombre. Son las mejores.
Había unas cuantas mesas de un metro cuadrado, blancas, con patas de plástico. Quedaba bajando las escaleras, en una calle oscura y anónima. Era un prostíbulo con estilo, decían los más amigos. Las piezas estaban todas arribas. Ellas y los músicos trabajaban toda la noche. El problema era que el piso era de madera, y cuando el maestro y sus sobrinos se iban, la casa quedaba en silencio. Quiero decir en silencio de bulla, porque igual se escuchaban esos gemiditos. Se escuchaba la mentira, o el placer que miente, que al final es lo mismo. Había una que se ponía como loca. Una vez fue tanto que el cliente le dijo “mejor acabémoslo, mujer, que van a pensar que en vez de acostarnos estamos en plena pelea de box”. Y ahí se tuvo que ir el pobre diablo. Era muy honesto, muy como dice Don Jaime “entrado profundamente en el amplio sentido de la responsabilidad”.

¡Candela! ¡Ay! ¡Qué le den candela!

-Siento ganas de tener un poco más de paciencia, no enfurecer. ¿Para qué tanto lujo? Está bien, me alcanza, pero no me enorgullece. Ojalá que ella tampoco lo haga. Aquí todo se sabe. Cinco millones de habitantes ¿Les parece mucho? En Beijing son el triple, eso si que es ciudad. Somos un pueblito miserable al lado de ellos, eso me acuerda del dicho “pueblo chico, infierno grande”. A eso quería llegar. Siempre llego a eso. Me gusta hablar de otros. De mí, poco. Sobre todo porque no puedo hablar de mí sin hablar de cosas de pánico. No digo que tengo sólo temas por los que quejarme. Es que no tengo nada, no tengo tema y eso, la verdad, es bastante trágico y… pavoroso ¿no le parece maestro? Si al final es lo único que una puede hacer. Podría hablar de lo que he visto, pero no será nada nuevo, porque soy puta y al final ¿quién no es puta? Entonces para qué hablar de la cama, de penes, que sé yo, si ya todos lo saben, o la habrán oído hablar. La jefa pensaba que yo era depresiva. La verdad es que no soy nada. Soy una gran memoria eso sí. Podría reproducir casi completamente las palabras del jolgorio de la sala del primer piso. Del jazz. Recuerdo que ella lo odiaba, prefería algo más caliente, para mover las caderas, maestro por favor una con candela, se atrevía a decir, aunque todos hacían como que no la oían. En cosas de gusto ella no mentía, muy al contrario de mí ¿Y si esto lo lee una monja? Ojalá que no, porque en eso caso sí que tendría que hablar de cama, desnudez, penes y todas esas cosas. Porque les sería nuevo. Total que no debería hablar de nada mejor, pero les diré esto, por si les sirve para entender: Ella quiso comprar el departamento, contra mi voluntad. Ella decía que no podía oponerme porque yo no era su madrina, que si alguien podía hacerlo era ella, que ella me mandaba a mí.

- Esto va a llegar a ser un cabaret, señores. Pero de los buenos. Pa ver si de una buena vez se les pasa lo seriote a los huebones.
Un piano toca perseguido por las trompetas. Y la voz de una gorda pelirroja, extraña combinación en un sólo espécimen, retumba y parece rebotarle entre sus cachetes rechonchos.
- Con suerte señora, llegamos a sauna.
- Cállense todos. Aquí con el maestro, directo al chow bisnes…
- It`s Show business
- Bueno eso… ¿No cierto, Don Jaime?
- Para dónde usted quiera patroncita, con tal que en ese chow bisnes se toque jazz.
Un silbido desesperado irrumpe el diálogo
- Ejalé. ¿Por qué no se toca otra mejor? Y usted, señora, sírvanos otra botella de tinto.
- ¿Algo en especial para el caballero?
- Esa quiero.
- ¿Esa? Mejor le recomiendo la que esta arriba del piano. Es alegre, bien dispuesta…
- No. Esa quiero
- Es buena esa, pero tristona, depresiva como...
- Esa.
- Bueno yo le decía, porque como lo veía a usted tan…
Contraataque sereno de un saxo, la estrella discute con todo el bar, y todo el bar se ríe de la pobre estrella pelirroja que quería decidir sobre su arte, pero el público exige y ella se resigna. Extraña los tiempos de respeto, sino hacia ella por lo menos hacia su talento. Ella, que tomó la costumbre de pararse en la barra con un coñac desde sus años de puta, mientras la estrella empieza una canción vulgar se lleva a uno al segundo piso. Sin decir nada. Osando incluso decir que ni en sus pensamientos ni en las emergencias de su corazón se asomaba una mínima queja, la invadía una pulcra nada.


- Padre no puedo con esto.
- Cuéntamelo, niña.
- No sé por donde empezar. Padre ¿Cómo se oye la culpa, cómo saberla?
- Pues es una voz, es la voz de tu conciencia dictada por Dios, que atormenta y orienta nuestros pensamientos si somos capaces de oírla y entenderla, pero que azota con garrote si la soberbia es emperadora de nuestros actos- condenó satisfecho
- Entonces la culpa, no es mía mía. Digo, no es mi voz. ¿Es de Dios?
- Hija, ¡por el amor de Dios!- se santigua- qué sacrilegio. No la culpa es tuya, pero la maravilla de Dios es la que nos permite salir de la ignorancia del pecado, para entrar en la gracia del misterio que se nos da a conocer.
- ah. Menos mal, Padre. Porque, de todos modos, yo no escucho nada.- se alivia sinceramente.
- ¿Cómo es eso hija?
- Así pues padre. Yo oigo nada, silencio absoluto, de tumba. Por eso pongo la radio. Escucho música.
- Ah, claro, ese jazz que tanto les gusta a ustedes-se irrita y su boca se tensa amargada por el asco de lo que no conoce.
- No, padre, yo ni soporto el jazz. No se cómo trabajo en el bar.
- Yo tampoco sé como lo haces, y no lo digo precisamente por el jazz
- ¡Padre! No es eso de lo que estamos hablando. Es del silencio, uno que me viene desde dentro. Es como si en vez de tener un micrófono a dentro donde hablara mi subconsciente o cómo se diga, tuviera una sordina. Hasta mis pensamientos son unos mudos. Todo.
- Mira, Catalina, no sé exactamente cómo ayudarte. Lo que sí te puedo decir es que necesitas redimirte y pronto.
- Pero padre, si yo creo tanto como usted. ¿Qué más tengo que hacer?
- ¡El silencio es la ausencia de Dios! ¡Vives en el pecado, sin arrepentirte! ¡Por eso estás vacía!
- Ah no, padre, yo de vacía nada, yo me gano la vida. Estoy satisfecha. Claro que para usted es simple, si usted no tiene que trabajar. Vive de la gente, con todo el respeto del mundo, padre. ¿Va a decirme usted cómo ganarme la vida, padrecito? ¿Y con qué moral? Usted sólo confiéseme, déme la comunión y estamos arreglados. Que yo sabré bien qué hacer para comer. Además no es un silencio que no hable, no, es elocuente, padre…
- Estás perdida, totalmente perdida… mejor vete, ni siquiera la confesión cambiará nada en tu vida.- dijo y se dijo resignado, sin siquiera tomar la ira como alternativa posible.

Jazz. No lo quería escuchar. Ni a él, ni nadie. Catalina a esas alturas ya había comprado su infeliz departamento, pero ella seguía en la pensión, a pesar de que podía pagar una buena casa. No era tacaña, solo que se sentía culpable. Catalina no tenía esos prejuicios, ni siquiera después de la discusión con el padre, que a aunque se encontraba bajo secreto de confesión, por alguna extraña razón fue conocida por todas las gentes del barrio, y la pobre puta de conciencia muda tuvo que apurar su mudanza, feliz de la vida. No sé porque cuando hablo de ella me vuelvo omnisciente. Podría travestirme, hablar por ella. Me gustaría ayudarle. Ella tiene la personalidad; yo el seso. Podríamos ser una muy buena única persona.

- Cabrona ¿Por qué tengo que atenderlo yo todos los días? Casi no me deja tiempo para otros clientes.
- Paga bien, niña.
- Bájeme el sueldo, pero no quiero otra vez con él.
- ¡qué regodeona por Dios! Tú que deberías estar entrenada para aceptar lo que venga. Mira que venir a exigir.
- Por eso mismo señora quiero aceptar cualquier cosa, pero no la misma cosa siempre, para eso mejor me busco un marido con plata.
- Yo no te entiendo. Catalina me lo ha pedido tantas veces, y no sólo ella, todas estas.- hace como que las cuenta con las manos- No sabes apreciar la fortuna.
Quizás por eso sentía que no debía de nuevo estar con ese hombre, que después de tanto tiempo ya debería haberse transformado en mi hombre, en circunstancias más normales. Pero la Cabrona supo decirlo, no sé apreciar la fortuna, porque no creo en ella. Catalina si. Catalina es afortunada, porque piensa poco y siente más. Yo soy una culpada. Para ser puta no hay que tener remordimientos, como Catalina. Yo al contrario estoy rellena hasta la punta de mi cabeza de eso, de culpa y de muchos recuerdos, no debería pensarlo, no debería memorizar mi vida, solo debería soñar como ella. Debería parecer ingenua, no tomar coñac en la barra, no escuchar jazz porque me hace pensar y mal.

-El futuro. Sólo como una mansión de lo igual, de lo que es. No sé porque digo. Será importante decir algo, y algo importante sobre todo. Hablar, y no hablar puedo, pero escribir puedo y no escribir no puedo.
Miro como un montón de fotografías porque mi experiencia perdió el sentido de la consecución. La vida se separó en cuadros, se volvieron infinitos, no por incontables, sino que porque me cansaba contarlos y recordarlos de nuevo en el orden justo, pero sobre todo me cansaba vivirlos dos veces de la misma forma. Dos veces la misma vida. Así que prefiero recordar lo que no he vivido y vivir así de nuevo otra vida mía, que nunca es igual. Al final todo lo que pienso y recuerdo es mío, como mi vida. Incluso este bar, es mi bar, no de la Cabrona; esa canción, mi canción. Estas palabras no las busqué ni las saqué del diccionario: fueron inventadas para mí, para inventar mi vida. Ella muerta escuchando el jazz. ¿Existió o no? ¿Puta o no? De todas maneras es mía. Elijo recordar. Que felicidad saber que alguien me ama. Que alguien me hizo suya en sus pensamientos, en sus deseos. ¡Qué importa la verdad! Importa lo que uno crea seguro. Yo hace mucho que dejé de pensar el mundo desde el mundo, así que ya no me importa, ni siquiera me importa parecerte verosímil, pobre.
- Entonces cuéntame la verdad. Hemos investigado, hemos tratado de corroborar su testimonio, pero nada concuerda. O mejor dicho, nada existe. Dígame la verdad.
El coñac se iba a evaporar, el jazz no quería detenerse por esa noche. Ella en la barra junto a un hombre, temblaba incógnita, triste, deshonesta. Balbuceó, o al menos creyó hacerlo. Tenía mucho miedo.
- estaban las baldosas duras y frías. Su cuerpo blando y frío sobre las baldosas, o ellas sobre su cuerpo, depende desde donde se le mire. Era un pasillo que terminaba en un ventanal luego venía una noche que luchaba por ser oscura, pero los focos del alumbrado doblegaban su oscuridad, desmerecían el trabajo de oscuridad de la noche, porque se parece al de las putas, sabe, a la noche ya no la dejamos ser oscura. Frente a la ventana, atravesando la noche, había otra ventana y dentro de ella una vida. Una mujer sin nombre fumaba y pelaba una manzana en su butaca almidonada, rodeada de diarios, era una mujer muy bella…
- Como usted, me imagino…
- …la ventana opuesta que quedaba cruzando la noche y el alumbrado, traslucía su cuerpo tendido sobre baldosas, y estas tendidas sobre el aire. Se podría decir que eran otra capa de tierra, pero elevada, ¿Me entiende? Y la tierra la reclamaba y ella cedía. El jazz que escuchaba y odiaba era su réquiem, le cantaba con saña. Se reía de su vida y de su muerte, usted no se lo puede imaginar. Tan cerca del jazz, tan lejos de entenderlo. Las palabras se me hacen estúpidas, qué curioso, el cuadro es tan elocuente y usted no lo pudo apreciar. Mas no sé pintar, sé escribir, y más que nada sé recordar.
- y sabe inventar muy buenas historias. Dígame ¿Cómo se llama? Pero su verdadero nombre.
- Amparo.
- No usted no se llama así. ¿A nombre de quien estaba el departamento del crimen?
- De Catalina
- ¿Catalina cuánto?
- Catalina Quezada.
- Era suyo el departamento entonces!- exclama con impostada felicidad y sincera ironía.
- No entiende usted, era de ella, yo no lo compré, y lo más cerca que estuve fue cuando me depilé en la peluquería de enfrente. ¿Entiende?
- Que extraño. Juraría que el nombre de la propietaria de ese departamento corresponde a una mujer que nació diez años después que la supuesta víctima del supuesto crimen que usted acusa, y que esa mujer, Catalina Quezada, el día que debería haber muerto a la hora que usted señala estaba no precisamente en el suelo sobre baldosas frías y duras- irónico se saboreaba una victoria- sino que estaba en un departamento justo al frente de la escena del crimen y me atrevería a decir que probablemente fumaba y pelaba una manzana o… una pera, mientras Amparo se tostaba con un tórrido sol en alguna hermosa playa ¿Quién sabe? Ahora dígame ¿Dónde está el cuerpo?
- Mire no sé. Búsquela usted ya que ella desapareció, es su trabajo.
- ¿Ella? ¡Pero si ella es usted!
- ¡No! está bien. He confundido un poco las cosas porque no pensé que tendría importancia.
- No le creo y no me haga perder el tiempo. Sólo le tomé atención porque me parecía bella. Mucho calza de su historia, usted tenía una madrina escandalosa, con aires de divinidad, Amparo se hacia llamar. Todos creyeron que se suicidó, pero más de alguno dice que huyó de la Cabrona y unas deudas. Tenía un departamento, pero no donde usted señala. Y no puedo negar que usted no miente sobre la ingenuidad y la fama de esta mujer. Tampoco me engañó respecto de ese vecino que la molestaba con una cerbatana y que le pedía que se acostara con ella. Pero más allá de eso nada es cierto. Nada. Nunca se suicidó, nunca habló con ese cura, nunca fue más atractiva que usted, de hecho era fea según me han contado la cantidad suficiente de testigos entre ellos clientes insatisfechos, además viéndola a usted me queda claro que es difícil que haya una mujer que le supere notablemente.
- ¿A dónde quiere llevarme con su desenmascaramiento?
- No sé, Catalina. Me cuesta creer que sea usted una mujer tan ociosa como para inventarse toda esa historia. Aunque puede que se sienta tan sola que necesita inventar una amiga imaginaria, pero en ese caso, preciosa, no la asesines, mejor que te haga compañía viva.
- No he inventado nada. Haga y diga lo que quiera.
- Me gustaría ayudarla. La “Catalina” de la que usted habla desapareció hace veinte años, cinco años después de que usted entrara a trabajar al Saxolein, ella le acogió. Me imagino que usted aún no supera que ella se haya escapado sin decir nada.
- ¿Se imagina usted algo?
Ella se para furiosa, su cuerpo en un vaivén irrefrenable se sumerge en el jazz. Tengo miedo. Pero la música le acompaña. El jazz que amaba, y ella otra odiaba incomprensiblemente. Trata de perderse entre la gente. El hombre de abrigo largo la mira alejarse, piensa que ella se iba a ir. Pero ella va a la pista y baila. Es un deleite verla. Muchos hombres la rodean. Ella elige a uno, la envidia y la fascinación la rodean. Esa noche moriría sobre baldosas frías y duras, ella estaría sensualmente bella y escucharía jazz a modo de réquiem; Amparo estaría tomando champagne en Niza sin pensar ni por un momento en la joven puta que había conocido hace veinte años, a la que había enamorado y heredado su nombre, su desgracia, y unos cuantos malos secretos para robar.